Manuel Sánchez Riera
Desde pequeño sentí fascinación por la música, como seguramente la mayoría de nosotros. No obstante, el dia en que me cayó un instrumento en las manos esa fascinación alcanzó completamente otra esfera. Descubrí un medio que me permitía alcanzar mundos mágicos y fascinantes, que no se pueden explicar con palabras. El hecho de tener un vehículo en las manos, que hace falta dominar, reúne muchas características que cautivan en su esencia.
El instrumento en sí es una muestra de artesanía, pues hay que combinar las maderas de manera que se convierta en un cuerpo resonante con un alma más que sólo una construcción inerte. . El individuo que lo recibe en sus brazos percibe ésta, y la reproduce en forma de sonidos que, al largo de su desarrollo, van evolucionando hasta reunir un abanico de tonos y matices. Más adelante viene una parte de destreza y coordinación. Como dominando un juego cual junglar, hay que aprender a accionar gestos en un margen de un milímetro.
En cuanto más uno aprofundiza en el desempeño de tocar, el instrumento desaparece y sólo existe el material sonoro. Es aquí el punto que une al intérprete con el oyente, pues el primero se convierte en el segundo, al haberse difuminado el instrumento que hasta hace bien poco, yacía en sus manos. Empujado por esa pasión, cursé mis estudios en Barcelona, Córdoba y Alemania. Después de la consecución de los mismos, toqué el concierto de Aranjuez con orquesta y en salas de concierto emblemáticas de la geografía nacional, así como participé en festivales internacionales de música.
Ahora compagino la docencia con la actividad concertística, y eventualmente alguna composición.